La antropología teatral caribeña tiene en
la obra de Inés María Martiatu a uno de sus discursos
teóricos más inquietos y provocadores. Todavía hoy, a
casi diez años de su aparición en la revista Tablas,
su trabajo: “Transculturación e interculturalidad.
Algunos aspectos teóricos”, continúa siendo un texto tan
imprescindible como desatendido por nuestra teoría y la
crítica teatral.
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Memorable por el exhaustivo rastreo de fuentes
bibliográficas que incluye a teatrólogos y teóricos
como: Patrice Pavis, Eugenio Barba, Ángel Ramas,
Grotowski, Jacques Ruobine... en el que documenta los
diferentes canibalismos y tergiversaciones de que ha
sido objeto el concepto transculturación, de Fernando
Ortiz. Al tiempo que desmantela la operatividad, y el
matiz etnocéntrico de las categorías aculturación e
intercultural. Para terminar acuñando, como
alternativa, su propuesta de Teatro Ritual Caribeño,
atendiendo a un grupo de razones geográficas, étnicas,
de ceremonias religiosas relacionadas con el caribe
mestizo, y desde una relación diferencial con otras
modalidades del teatro ritual que se practican en Cuba y
en el mundo. Más que un simple rótulo se trata de un
modelo y una metodología para leer y conceptualizar las
representaciones y prácticas simbólicas asociadas con el
legado de la memoria africana en relación con la
identidad caribeña.
Las formulaciones de la Martiatu, en este texto,
desbordan las parcelaciones de la antropología teatral
para posicionarse en un espacio de diálogo y discusión
con la teoría literaria, la antropología cultural, los
estudios postradicionales y latinoamericanistas, al
deconstruir términos y conceptos provenientes de las
narrativas hegemónicas, y de las construcciones teóricas
que Occidente ha hecho del nosotros caribeño. A través
de un diálogo intertextual
—a
veces tácitos, otras explícito—
con los sistemas teóricos de pensadores como Darcy
Ribeiro, Ramas y Antonio Cornejo Polar. A partir del
tratamiento de conceptos como aculturación,
transculturación, mestizaje, unidad y diversidad,
totalidad conflictiva, las tensiones entre oralidad y
escritura, la memoria su localización y representación.
etc. Y en el que se vislumbran instancias fructíferas de
convergencias y también de confrontación.
En
los últimos años, la labor de la Martiatu ha estado
dirigida a la confección de prólogos y antologías. Ello
quizá obedece a una estrategia que tiene entre sus
finalidades visibilizar e historiar estas prácticas
dentro del ámbito teatral cubano. María Antonia: una
pasión compartida, una recopilación de ensayos sobre
la renombrada pieza de Eugenio Hernández; así como El
bello arte de ser y otras obras, de Tomás González
constituyen dos elocuentes ejemplos. Su trabajo, en este
sentido, me recuerda a la de un curador de arte. Al
desplazar el discurso crítico de sus enclaves
escriturales tradicionales a otros espacios de mayor
movilidad y diálogo con el autor (sus obras), el
discurso editorial y los lectores; tratando de hilvanar
nuevos universos interpretativos, otras coordenadas de
análisis y lecturas de las obras. El ejercicio de Inés
María Martiatu como antologadora y prologuistas de estos
libros y dramaturgos se asemeja al de un constructor de
sentido. Al cartografiar, explorar otros patrones de
entendimiento y participación cultural para los mismos.
La
reciente edición de Wanilere Teatro más que
ilustrar este gesto, viene a dar fe tanto de la
evolución teórica como del sorprendente rigor y
actualidad que distinguen las indagaciones de la
Martiatu en el campo de la antropología cultural. El
mismo se inscribe dentro de esta construcción teórica
que la autora bautizó como Teatro Ritual Caribeño.
Y viene a cristalizar “[...] un sueño de muchos años de
investigación y publicaciones de textos teóricos y
ensayísticos referidos a este teatro.”
La
oralidad y sus vínculos con la memoria y la tradición.
El fetichismo de la escritura, la normatividad de la
lengua y sus mecanismos de corrección, exclusión y
sometimiento de la palabra dialectal (licenciosa y
monstruosa), el rito y el mito como fuentes de la
literatura oral y expresión de una cosmovisión del
mundo que transita de lo filosófico, lo mitológico a la
contemporaneidad. Son algunos de las claves que
sustentan los criterios de selección de las piezas
agrupadas por la investigadora en esta antología. Una
constelación de dramaturgos que va desde: Eugenio
Hernández Espinosa, Gerardo Fulleda Tomás González, José
Milián a otros como Georgina Herrera, Fátima Patterson y
Elaine Centeno y Ramiro Herrero.
El
mito, cuya fascinación y espejismos llegan hasta
nuestros días, pudiera ser el hilo conductor de esta
antología. El elemento que la funda, y sostiene. Ya sea
como metáfora del destino humano, como trasgresión y
ruptura de un orden natural, represivo o de la memoria
colectiva devenida leyenda, insertada en una dimensión
donde las perspectivas de género y raza se entrecruzan
con la historia de la nación como es el caso “Penúltimo
sueño de Mariana”, de Georgina Herrera. Siempre
transformado, reactualizado, deformado según el nuevo
contexto.
Otra de las revelaciones de Inés María Martiatu con este
libro es su relectura de las representaciones y
prácticas culturales afrocubanas y sus vínculos con los
relatos sobre nuestra nacionalidad. Para ella, a partir
de los años sesenta, en el campo de las letras, es el
teatro quien exhibe las contribuciones más irrevocables.
Wanilere Teatro,
con su edición, funda un espacio de impugnaciones y
debates en torno a la identidad, la memoria y los modos
en que se ha venido articulando el relato de la nación,
como comunidad imaginada, dentro del devenir del teatro
nacional. “Es evidente que el bufo maltrata a algunos
componentes de esa nacionalidad, principalmente a negros
y mulatos, tanto en la escena, con sus personajes, como
con la complacencia al público que iba dirigido”. Para
Inés María Martiatu el bufo, por lo que denigra y
excluye, más que paradigma del teatro nacional es
expresión de una nacionalidad problemática, escindida
desde su génesis.
Las formulaciones de la Martiatu, en este texto,
desbordan las parcelaciones de la antropología teatral
para posicionarse en un espacio de diálogo y discusión
con la teoría literaria, la antropología cultural, los
estudios postradicionales y latinoamericanistas, al
deconstruir términos y conceptos provenientes de las
narrativas hegemónicas, y de las construcciones teóricas
que Occidente ha hecho del nosotros caribeño. A través
de un diálogo intertextual
—a
veces tácitos, otras explícito—
con los sistemas teóricos de pensadores como Darcy
Ribeiro, Ramas y Antonio Cornejo Polar. A partir del
tratamiento de conceptos como aculturación,
transculturación, mestizaje, unidad y diversidad,
totalidad conflictiva, las tensiones entre oralidad y
escritura, la memoria su localización y representación.
etc. Y en el que se vislumbran instancias fructíferas de
convergencias y también de confrontación.
En
los últimos años, la labor de la Martiatu ha estado
dirigida a la confección de prólogos y antologías. Ello
quizá obedece a una estrategia que tiene entre sus
finalidades visibilizar e historiar estas prácticas
dentro del ámbito teatral cubano. María Antonia: una
pasión compartida, una recopilación de ensayos sobre
la renombrada pieza de Eugenio Hernández; así como El
bello arte de ser y otras obras, de Tomás González
constituyen dos elocuentes ejemplos. Su trabajo, en este
sentido, me recuerda a la de un curador de arte. Al
desplazar el discurso crítico de sus enclaves
escriturales tradicionales a otros espacios de mayor
movilidad y diálogo con el autor (sus obras), el
discurso editorial y los lectores; tratando de hilvanar
nuevos universos interpretativos, otras coordenadas de
análisis y lecturas de las obras. El ejercicio de Inés
María Martiatu como antologadora y prologuistas de estos
libros y dramaturgos se asemeja al de un constructor de
sentido. Al cartografiar, explorar otros patrones de
entendimiento y participación cultural para los mismos.
La
reciente edición de Wanilere Teatro más que
ilustrar este gesto, viene a dar fe tanto de la
evolución teórica como del sorprendente rigor y
actualidad que distinguen las indagaciones de la
Martiatu en el campo de la antropología cultural. El
mismo se inscribe dentro de esta construcción teórica
que la autora bautizó como Teatro Ritual Caribeño.
Y viene a cristalizar “[...] un sueño de muchos años de
investigación y publicaciones de textos teóricos y
ensayísticos referidos a este teatro.”
La
oralidad y sus vínculos con la memoria y la tradición.
El fetichismo de la escritura, la normatividad de la
lengua y sus mecanismos de corrección, exclusión y
sometimiento de la palabra dialectal (licenciosa y
monstruosa), el rito y el mito como fuentes de la
literatura oral y expresión de una cosmovisión del
mundo que transita de lo filosófico, lo mitológico a la
contemporaneidad. Son algunos de las claves que
sustentan los criterios de selección de las piezas
agrupadas por la investigadora en esta antología. Una
constelación de dramaturgos que va desde: Eugenio
Hernández Espinosa, Gerardo Fulleda Tomás González, José
Milián a otros como Georgina Herrera, Fátima Patterson y
Elaine Centeno y Ramiro Herrero.
El
mito, cuya fascinación y espejismos llegan hasta
nuestros días, pudiera ser el hilo conductor de esta
antología. El elemento que la funda, y sostiene. Ya sea
como metáfora del destino humano, como trasgresión y
ruptura de un orden natural, represivo o de la memoria
colectiva devenida leyenda, insertada en una dimensión
donde las perspectivas de género y raza se entrecruzan
con la historia de la nación como es el caso “Penúltimo
sueño de Mariana”, de Georgina Herrera. Siempre
transformado, reactualizado, deformado según el nuevo
contexto.
Otra de las revelaciones de Inés María Martiatu con este
libro es su relectura de las representaciones y
prácticas culturales afrocubanas y sus vínculos con los
relatos sobre nuestra nacionalidad. Para ella, a partir
de los años sesenta, en el campo de las letras, es el
teatro quien exhibe las contribuciones más irrevocables.
Wanilere Teatro,
con su edición, funda un espacio de impugnaciones y
debates en torno a la identidad, la memoria y los modos
en que se ha venido articulando el relato de la nación,
como comunidad imaginada, dentro del devenir del teatro
nacional. “Es evidente que el bufo maltrata a algunos
componentes de esa nacionalidad, principalmente a negros
y mulatos, tanto en la escena, con sus personajes, como
con la complacencia al público que iba dirigido”. Para
Inés María Martiatu el bufo, por lo que denigra y
excluye, más que paradigma del teatro nacional es
expresión de una nacionalidad problemática, escindida
desde su génesis.
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