EL GRAN TEATRO DE LA
HABANA
Josefina Ortega| La
Habana
El gran novelista
cubano Alejo Carpentier murió sin acabar de entender de
qué se trataba. Medio en broma, medio en serio, el
escritor consideraba que era una cosa rara, llena de
volutas, curvaturas, salientes y oquedades.
Sin embargo, por
muchas razones, casi todas buenas, es la sede de las
principales presentaciones del Ballet Nacional de Cuba,
de la operística cubana y del mejor teatro
contemporáneo.
Por estos días en que
trascurre el Festival Internacional de Ballet de La
Habana, el imponente edificio ―hoy Gran Teatro de La
Habana― exhibe todo su esplendor; no es difícil imaginar
entonces que al autor de la Ciudad de las Columnas
―escritor con fuerte ascendencia en la música y la
arquitectura― debió serle suficientemente interesante
como para no pasarlo por alto, auque no dejara
constancia de alguna secreta admiración.
Piénsese si no en el
criterio de unos cuantos que lo consideraban en su época
como el teatro más grande y lujoso del continente
americano. Unos cuantos llegaron a decir que era el
tercero por sus cualidades técnicas, después del de la
Scala de Milán y el de la Ópera de Viena.
Inaugurado en 1838,
con cinco bailes de máscaras ―durante el primer domingo
de carnaval―, llevó el sonoro nombre de Teatro Tacón ―en
honor al Capitán General don Miguel Tacón. Se dice que
al interior del teatro pasaron más de 8 mil personas, y
en los alrededores se movieron inquietos por no poder
entrar, no menos de 15 mil viandantes.
Su arquitecto Antonio
Mayo, logró dotar al edificio de los requisitos
necesarios, en cuanto a comodidad, capacidad,
ventilación y condiciones acústicas. Levantado en un
extremo de la entonces Alameda de Isabel II y a pocos
metros de la puerta de Monserrate, en la Muralla de la
Habana, tenía 90 palcos y 22 filas de lunetas y una
capacidad mínima de dos mil asistentes, pero con
posibilidad máxima de llegar hasta cinco.
La primera función de
temporada ocurrió el 15 de abril de 1838 con la obra
“Don Juan de Austria”, actuada por el ya famoso actor
cubano Francisco Covarrubias.
Entonces se puso de
moda decir que ir a La Habana sin visitar el Tacón, era
como estar en la ciudad italiana de Pisa y no llegarse
hasta la torre inclinada.
El avispado
empresario dueño de la instalación era un alto,
huesudo, enjuto y desaliñado catalán llamado Francisco
Marty y Torrens, quien había llegado a Cuba “sin un
duro” y casi analfabeto, para tiempo después, gracias
al negocio de la trata de esclavos y más tarde en el
mercado de la pescadería, convertirse en don Pancho
Marty.
Tal llegó a ser el
lujo de Tacón que por la época se cantaban unas coplas,
en las que se decía “tres cosas tiene La Habana que
causan admiración: el Morro, La Cabaña y la araña del
Tacón” refiriéndose a una enorme y llamativa lámpara de
fino vidrio, importada de París que colgaba sobre la
platea, y que dicho sea de paso, en una ocasión sufrió
la ira de un público furioso por la mala calidad de una
obra. Se dice que su esplendor terminó cuando en ocasión
de una reparación le ocurrieron tantos percances que
hubo de ser bajada y retirada de servicio activo.
Para entonces,
Pancho Marty, había vendido el teatro ―en 1857― a la
compañía Anónima del Liceo de La Habana, institución que
luego la cedió a la Sociedad Centro Gallego.
Bajo la agrupación de
los gaitos, fue remodelado el edificio ―con la imagen
que hoy ostenta― y rebautizado como Teatro Nacional.
Comenzaba otra etapa
de gloria para el teatro, que sumaba otras
personalidades a la lista de las que había subido a la
escena, entre ellas la poetisa camagüeyana Gertrudis
Gómez de Avellaneda a quien se coronó en una inusitada
ceremonia en la noche del 27 de enero de 1860.
Fanny Esler, Adeline
Patti, Enrico Caruso y Sara Bernhardt fueron algunas
de las estrellas de la danza y el Bel canto que
ofrecieron su arte en las tablas del Tacón
Alicia
Alonso y el pianista Daniel Barenboin son dos de las
varias personalidades que han actuado en los últimos
veinte años.
El teatro es hoy una
singular edificación que despierta opiniones
encontradas, y sin embargo, a nadie deja indiferente.
Las presentaciones
del Ballet Nacional de Cuba o las celebraciones del
Festival Internacional, hacen que el actual Gran Teatro
de La Habana, el antiguo Tacón ―luego el García Lorca―
y siempre presente coliseo del arte, se inscriba con
derecho propio en la historia de la cultura cubana.
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